domingo, 29 de junio de 2008

Que lo abran delante tuyo

10 am, estación de tren de Praga Hlavni Nadrazi (prueben de leerlo) destino: Budapest. Sólo tres checos en el andén y nosotras. Nadie habla inglés y en la oficina I. entienden poco mi pregunta: Where do I have to take the train to Budapest? Entonces, acompañada por un checo, chueco, casi anciano, me señala lo contrario a lo que indicaba la lógica. (la lógica debe ser argentina)
Finalmente y curiosamente un joven apuesto al que no volvimos a ver más en el tren, nos acomodó en uno de los compartimentos.
Era la hora del desayuno. Teníamos que gastar las últimas coronas (en nuestro próximo destino la moneda eran los florines) compramos grisines. Mi amiga hacía palabras cruzadas y yo leía folletos (que mi hermano me incita a estudiar de memoria cada vez que viajo)
Segunda estación: un hombre checo, de rostro enrojecido, sonriente y cargando su bolso, nos saludó (suponemos) y se sentó a mi lado. También comenzó a desayunar, abrió su primera botella de cerveza.
De pronto, mientras el balanceo del tren invitaba a dormirnos, el hombre sin parar de hablar en su idioma lleno de "eñes" y "kas", comenzó a sacar chocolates (čokoláda) y casi "de prepo" nos entregaba las golosinas a las que sólo podíamos agradecer con gestos (pero no muchos, decía mi amiga, "a ver si nos quiere levantar") Chocolate y birra él, grisines secos y agua nosotras, el cacao se acumulaban en nuestras piernas, porque el hombre llegó a darnos tres a cada una. En ese momento, olvidé el protocolo, la buena educación y salió de mi, la duda decadente: ¿y si este tipo nos quiere vender los chocolates? (ya sin coronas, ni siquiera en monedas, tuve el impulso de apelar al olvidado y tan argentino recurso: el trueque. Le pedí a mi amiga una de sus golosinas made in Argentina, la que menos le gustara, para obsequiar al hombrecito colorado a cambio de sus extraños dulces. Le dimos unas Halls de limón y con eso saldaríamos la cuenta.
Yo insistía con el inglés, mi amiga con las expresiones gestuales a las que el hombrecito sonreía sin comprender (entendía menos que yo las palabras cruzadas y eso que eran en nuestro idioma)
Se bajó en una estación desconocida y nos hicimos las dormidas para no saludarlo. Las botellas de cervezas vacias quedaron ahi, los chocolates derretidos también.
Na shledanou! (adiós) dijo el checo. Un amable cabeceo fue nuestra respuesta. Aunque faltaban dos horas para llegar y nuestras panzas pedían a gritos: basta de grisines y hubiese sido capaz de comerme una corona, nunca abrimos esos paquetes.

Nos enseñaron que la coca cola la tenían que abrir delante tuyo por si le ponían algo.
"Para investigar la verdad es preciso dudar, en cuanto sea posible, de todas las cosas" (Descartes)

martes, 24 de junio de 2008

Laucha porteña

Si alguna vez llevaste en medio de una servilleta y a escondidas, un pan con centeno y varias fetas de un fiambre que parecía ser un jamón para prepararte un sandwich (sanguche) al mediodía (mediodía porteño cuando se come fiambre)
Si alguna vez trajiste como recuerdo todo lo que viste de una lujosa habitación de un hotel en Viena, en Praga, en Budapest o donde sea y lo que sea.
Si alguna vez dejaste de multiplicar una cifra por 5 para descubrir cuánto te saldría lo que comprás en pesos argentinos.
Si alguna vez compraste una botella de agua mineral a 1 euro en el Arco del Triunfo creyendo que hacías el gran negocio para descubrir que se trataba en realidad de una botella recargada de agua de una canilla parisina.
Si alguna vez te infiltraste en el grupo de turistas españoles haciendo como si no entendieras el idioma para no pagar la visita guiada de un museo.
Si alguna vez te negaste a pagar la entrada a una catedral (porque Dios podrá estar en todas partes pero no debería lucrar en todas partes)
Si alguna vez te encabronaste porque los europeos asocian tu país con Rio de Janeiro y sacaste la argentinidad al palo.
Entonces, es posible que seas tan laucha porteña como yo, no importa cuál sea el destino porque el destino siempre es el mismo: atravesar las fronteras para vivir el mundo sin abandonar la naturaleza decadente que te da animus.(y el alma no tiene precio)